Estos días hemos realizado una pequeña obra en casa para colocar dos lámparas nuevas en el dormitorio. El trabajo necesitaba de un electricista (para cruzar dos interruptores), un albañíl para hacer las rozas y cubrirlas después, y un pintor para maquillar el arreglo.
A pesar de no quedar satisfechos con el pintor, todo lo demás ha sido bastante sencillo de realizar puesto que hemos recurrido a la empresa que asegura la casa. Ella se ha ocupado de enviarnos a los operarios, primero para tomar medidas y confeccionar un presupuesto y luego, tras aprobarlo, para realizar el trabajo, y de coordinarlos entre sí de manera que se comuniquen y vengan en el orden necesario.
Todo mucho menos sangriento y doloroso de lo que podría esperarse. Ah, además el pago se puede realizar por la misma cuenta por la que cobran el seguro de la casa, así que no hay que andarse con dinero en efectivo y la tentación o no de darles una propina. Esto último es de lo más incómodo para mi; nunca estoy seguro de si voy a ofender o no.
Como me dijo una vez alguien a quien intenté recompensar: no, gracias, ya me pagan por mi trabajo.
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Faltan etiquetas, ¿ no ?