… hasta que has aparecido mostrando la patita. Qué bien, ¿ no ?
Pues no. Estaba ya resignado, ocupado en mi mudanza y en el miedo que me da, sabiendo que debía estar solo con mis recuerdos.
No nos habíamos visto en demasiadas ocasiones a pesar de que nos conocemos desde hace bastante. No había una situación clara más allá de las condiciones inasumibles que me impusiste. Pero, mira, quedaba el Whatsapp, ¿ verdad ? Allí podía fingir que estábamos muy lejos y muy cerca al mismo tiempo. Hablando de nimiedades, bromeando (poco), e incluso coqueteando en ocasiones. Cerca y lejos, presente e intangible.
Y luego se acabó. Lo acabaste. Sin derecho a réplica. Y dije, bueno, pues sea. Es su decisión y hay que respetarla. Tal vez sea un juego cruel y no quiero saberlo. A lo mejor es algo inocente o una decisión sabia. Me dije que, doliese mucho o poco, a más no podía aspirar. Y que eso es lo que tendría.
Y me hice a la idea de que algo había hecho mal. Que había estropeado lo que fuese saltándome alguna regla. O acercándome mucho. O alejándome. No sé. Culpa mía, para variar.
Y hoy vuelves y preguntas cómo estoy. ¿ Qué prefieres ? ¿ Un bien educado o nada ? Porque no quiero decirte cómo estoy. No es asunto tuyo.
No vuelvas, anda, me he portado bien contigo y no quiero ser viejo, pequeño y frágil.