Cuando al fin pudieron abrir una salida madre e hija se miraron, aliviadas, y contemplaron con horror su entorno.
Se encontraban en un lugar tenebroso, miles de cadáveres yacían en el suelo, sangre, espadas, parte de la calle quemada; casi se podían oir los gritos de esa batalla. Empezaron a andar intentando no pisar los cuerpos, se miraron de nuevo, pero esta vez con miedo y horror. “Y todo esto para para proteger a mi hijita” pensó la madre.
Tras una hora de andar entre cadáveres consiguieron salir a una gran explanada de hierba fresca como el agua; hija y madre corrieron aliviadas hasta caer rodando por la pradera.
Ahí tumbadas se dieron la mano y empezaron a mirar las nubes, intentando olvidar el fulgor y la atrocidad de la batalla.
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