Tras la puerta de Freida McFadden

Otra novela del tipo misterio misterioso que no es -o sí- escrita por esta muchacha de la que he leído ya todos los de «La asistenta». Es fiel a su estilo, no puede negarse, le ha funcionado y posiblemente le funcionará unos cuantos libros más porque al final lo que buscas es eso: el engaño. El giro final que lo cambia todo y que como está bien construido, y bien escrito, tampoco le pones pegas. No ha estado mal; es sólo que ya estaba tan condicionado a esperarme el giro que empezaba a leer casi en diagonal porque los pensamientos y las elucubraciones de la protagonista es que me terminaban por cansar. Yo quería ver el giro, el qué se había sacado de la manga para que todo lo que hemos leído y sabemos hasta ahora dejase de tener sentido y fuese otra cosa. Otra cosa que también encaja, ojo, pero que ya no es la misma historia. Igual que las de «La asistenta».

Revelaciones a partir de aquí

Y no muchas, porque me he dado cuenta de que esto lo puede leer cualquiera y le puedo estropear la historia, que es larga pero para un viaje en tren, en avión o en cercanías un día tonto le sirve.

La protagonista es cirujana, trabajadora, inocente (¿o no?) y ha sufrido mucho por su pasado con su padre que es malo elevado al cubo pero no tan insoportable como otros malos que parecen listísimos y luego resulta que tenían micrófonos en el despacho y el coche de los buenos y se adelantaban siempre a éstos. No, de ese tipo no. Es malo al estilo USA donde les va más la cantidad que la calidad y encima se guardan trofeos muy tontos porque no dan para más.

Pero hay un detalle en la doctora que me sacó de la historia de inmediato. Cuando termina en el hospital de abrir y hurgar en las personas en su jornada habitual se marcha de allí a su clínica privada. En ese lugar trata a pacientes, secretarias, colegas, más pacientes, policías, personal de la clínica, pacientes… Vamos, lo que viene a ser lo habitual en un sitio donde revisas operaciones, rellenas papeles y planificas otras. Hasta ahí bien ¿verdad? Mejor aún es que al salir se va a un bar donde se pide siempre un combinado muy peculiar que luego descubrimos que era el favorito de su padre, el representante local de Jack the ripper, y del que ella ha huido toda la vida. Allí busca soledad y disfrutar de su bebida y mira por dónde, en dos ocasiones se percata de que tiene manchas de sangre en los bajos de la ropa procedentes de la última operación. La última. Ropa verde de quirófano que incluye zuecos de quirófano y por lo cual a veces la confunden con una enfermera.

¡Ropa de quirófano! Ropa con la que ha estado operando por la mañana y con la que va a su clínica y luego al bar y tal vez más tarde a la tienda a comprar alguna guarrada ultraprocesada para cenar alguna noche a la semana. ¡ROPA DE QUIRÓFANO USADA! ¡PERO QUÉ COÑO LES ENSEÑAN EN AQUEL PAÍS A SUS MÉDICOS!

A partir de ahí ya es que me la peló lo que le pasase. Que sí, que soy un poco tiquismiquis con estas cosas pero es que no puedo con ciertos detalles y esos me matan. Y encima con gotitas de sangre. ¿De cuántos? ¿Cuántos pacientes fueron operados con esas mismas ropas? Es que luego decimos de los brotes zombies pero con esa profilaxis lo normal es que sean imparables.

Sin una gota de sangre de Preston y Child

Esta es la vigésima novela de estos dos muchachos dedicada al agente especial Pendergast y que en realidad sirve de excusa para la siguiente, también publicada, y de la que he podido leer la sinopsis.

Pendergast es lo que es. Hace mucho que el personaje se les fue de las manos y es casi un cliché de sí mismo. Fue una versión moderna de Sherlock Holmes, con sus rarezas y su historia familiar, llena de sangre, secretos y mucho dinero, y ahora es casi un esperpento.